jueves, 11 de febrero de 2010

FRACASO ESCOLAR VR SÍNTOMA

En psicoanálisis el fracaso escolar es un síntoma que como tal, muestra y oculta una serie de inhibiciones y conflictos que impiden el despliegue de la pulsión de saber. Este síntoma si bien puede expresarse en un área específica del aprendizaje (discalculia, dislexia o disortografía), cuando no obedece a trastornos neurológicos demostrados es una manifestación de que la totalidad del sujeto está fracasando.


La psicopatología recoge los significantes de cada contexto social, cambiando de máscaras pero no de estructura. Desde los ataques convulsivos y parálisis descriptos por Charcot, hasta los hoy en día tristemente frecuentes trastornos de anorexia, el niño y el joven con un bloqueo en el aprendizaje cristalizan una presión social imperiosa de éxito, rapidez y triunfo, mostrando justamente el fracaso de un grupo de personas pulsionado no por el saber, sino por colmar plenamente y con más precocidad, las preguntas que el ser humano se hace desde sus orígenes.
Hace varias décadas las instituciones oficiales anunciaban déficits presupuestarios por las enfermedades de sus empleados. Luego fueron las incapacitaciones psíquicas y actualmente, el Ministerio de Educación alerta sobre el deterioro económico causado por los llamados trastornos del aprendizaje en la infancia y los jóvenes universitarios.
Ha tenido que llegar a ser así, para que la sintomatología adquiera un lugar de atención, estudio e intentos, algunos infructuosos, de tratamiento.
Desde el psicoanálisis escuchamos algo más. Fracasar en los estudios se convierte en no llegar a ser, ya que parece que el único reconocimiento u organización narcisista pasa por el triunfo y las calificaciones más altas, formando el pedestal del falo imaginario. Por eso oímos con frecuencia el reproche de padres que dicen “no llegarás a nada, no serás nadie, ya te veo dentro de unos años limpiando calles o pidiendo limosna”. El temor subyacente es que fracasen en su camino de convertirse en sujetos.

Un adolescente de 13 años que atiendo le respondió a su padre “vale seré barrendero, pero cuando limpie este barrio no sacaré la mierda de tu casa”.
A la amenaza de ser un desecho, se responde con otro excremento.
Frecuentemente el conflicto entre las instancias Yo Ideal (la constitución a partir del otro), Ideal del Yo (heredero del anterior, los modelos) y Superyo (normas e interdicciones), pueden dar como formación transaccional, inhibiciones en el deseo de saber.

Las identificaciones del niño (pirata, bombero, maestra…) y más tarde del joven (rockero, bailarina, actor…), permiten la imaginarización de fantasías arcaicas que vehiculizan las pulsiones de exhibicionismo/voyeurismo, sadismo/masoquismo, etc. Pueden encontrar una franca oposición en la familia al no coincidir con los deseos e ideales de los padres y, particularmente, al no comprenderse lo que esconden, muestran y permiten elaborar estos personajes.

Cuando los tutores demandan a un niño “te quedarás sentado hasta que lo aprendas”, ignoran que el saber se porta por un deseo y por lo tanto no se puede imponer. Tan absurdo como decir, aunque algunos lo intentan, no te muevas hasta que me ames.

La demanda puede llegar a sacrificar o anular totalmente el deseo. Podemos hablar de anorexia mental. Pero los padres también están inmersos en una demanda social y sobre todo los educadores, que son evaluados y promocionados de acuerdo a las calificaciones de sus alumnos. La demanda al pediatra es “¿cómo va su peso?” o “¿su altura es la adecuada?”. En otro escenario, el educativo, se transforma en “¿aprende?”, “¿cómo es su cociente intelectual?”, “¿está dentro de la media del curso?” o “¿le comenta a usted algo que le gustaría ser?”.
Freud habla de la pulsión epistemofílica que surge no por la constitución genética, sino por el intento del hombre de dar respuestas sobre sus orígenes.
“Los mitos colectivos intentan aportar una representación de los enigmas del sujeto, escenifican mentalmente el origen de una historia que se le aparece al hombre como una realidad de tal naturaleza que exige una explicación, una teoría. En la escena originaria, se representa el origen del sujeto. En los fantasmas de seducción, el origen de la sexualidad. En los fantasmas de castración, el origen de la diferencia de los sexos.” (Laplanche y Pontalis)
Estas explicaciones que se da el niño, son teorizadas desde el andamiaje que tiene a su disposición en cada momento de su vida: oralidad, analidad, fálico y genitalidad.
Freud también llama al deseo de saber, sublimación de la pulsión de dominio. Un niño que explora su cuerpo y su entorno intenta dominarlo, apropiarse de él, ser su dueño. Surgen momentos, miradas llenas de interrogación y después miles de preguntas para las cuales no hay respuestas totalmente adecuadas, “¿por qué…?”. ¿Qué hay mas allá de esas preguntas? El comentario de los padres tranquiliza momentáneamente, pero sirve de inicio a otra serie de preguntas.
El juego con sus exploraciones, rupturas, desarmes y reconstrucciones, es un intento de descubrir plásticamente las causas últimas que originaron este objeto. Melanie Klein hace hincapié en el sadismo sublimado del niño, que le permite entrar en el cuerpo del otro y apropiarse de sus riquezas.

En psicoanálisis planteamos diversos motivos para la inhibición del saber:
1. Evitar el conflicto con las pulsiones. Yo vs. Ello, deseos que son intolerables.
2. Sometimiento al Superyo. Autocastigo y autopunición, “no merezco este éxito”.
3. Dificultad para elaborar duelos. Imposibilidad para desinvestir objetos y relanzar nuevamente la pulsión hacia un objeto imposible de lograr, pero que actúa como señuelo de la pulsión de vida.
Presento tres momentos clínicos para ilustrarlos:

Una niña de 10 años, la llamaré Victoria, fue traída por sus padres porque después de varios años de escolaridad normal había comenzado con problemas serios en su rendimiento intelectual. Estudiaba mucho pero luego no recordaba nada “me quedo en blanco, me mareo, quisiera desaparecer, irme al centro de la tierra, me da mucha vergüenza y solo pienso en volver a mi casa”. Uno de los aspectos que trabajamos, fue su intenso deseo de mostrarse, lucirse, exhibirse… inmediatamente censurado y transmutado en deseo de no aparecer y refugiarse regresivamente en su casa.

Luis de 8 años, siempre respetuoso y con amigos en la escuela, después de iniciar “normalmente” el tercer curso presenta dificultades en el aprendizaje. “Está en la luna, como si pensara en otras cosas”, dicen los padres. Si le reprochan en el colegio, dice que no es culpa suya olvidarse sus trabajos. Va a un colegio bilingüe y habla con la madre una lengua que el padre conoce escasamente.
En el tratamiento apareció un material muy esclarecedor. “Me han regalado un ordenador y hago muchos juegos. Mi padre me dice que en su época no tenía ni calculadora. Él está ahora más tiempo en casa, antes viajaba mucho en avión y tenía empleados a su cargo. Tiene un jefe muy joven.” Un tiempo después me informa que hubo un cambio en la función del padre por reestructuración en la empresa, y al no tener un gran currículum lo descendieron de categoría.
Probablemente esta escena actual y extrafamiliar, movilizó en Luis sus conflictos edípicos de superar, vencer y matar a su padre, con la consiguiente culpa por sus deseos parricidas.
Los educadores le habían hecho pruebas psicológicas y test intelectuales a María. Padecía una deficiencia mental leve. Con 8 años, es una niña que se mueve constantemente, salta, baila en la sesión, imita a profesores de gimnasia de TV y se dibuja siempre con una amiga muy querida “rubia, muy guapa, y con el pelo muy bonito y largo”.
Sus padres son adoptivos, muy cristianos, y pensaron que “tenían que hacer el bien y recoger a esta niña de un mundo terrible donde vivía”. Su madre biológica ejercía la prostitución y murió de sida cuando Maria tenía 4 años. Los otros hermanos mayores, varones, fueron distribuidos en casas tuteladas y ella en la de su abuela materna, quien decía que era muy mayor para cuidarla. Allí estuvo un año hasta la adopción. No se conoce al padre de los niños.
Maria
comenta que no tiene ningún problema y no quiere venir a consulta, “lo único es que voy mal en el cole y nada más”. La sesión era un lugar donde reaparecían recuerdos no tan lejanos de su historia (era mejor disociar y negar maníacamente aunque el precio fuera parecer una niña tonta). Después de intervenir sobre sus miedos y resistencias, y ser testigo silencioso de sus cantos, destrezas y gimnasias, comenzó a recordar y a hablar de su madre. Al principio como un hada protectora, bella y de cabellera larga rubia (ella es morena). Tuvo que pasar un tiempo para enfrentarse con esa otra imagen materna, desnutrida, destruida y finalmente en estado cadavérico antes de su muerte.

Si planteamos que los lapsus, sueños y síntomas son reveladores de una verdad, también podríamos decir que las fallas intelectuales son un intento fallido de mostrar esa verdad.
Aunque hay situaciones en las que aparentemente no están obstaculizados los procesos de aprendizaje a pesar de existir trastornos emocionales, en algún momento especial (exámenes, cambio de compañeros, universidad, oposiciones, etc.) pueden derrumbarse los artificios previos. Estos conocimientos además, fueron adquiridos de una manera mecánica, reiterativa y especialmente empobrecidos en su creatividad.
Lacan plantea que si el niño se dedica únicamente a satisfacer la demanda del otro, puede quedar atrapado en un status de objeto. Solo cuando percibe las incertidumbres y la castración del otro, podrá liberarse y constituirse como ser de deseo.
Hay dos épocas en la vida donde se intensifica esta separación. El período edípico, con la claridad de la angustia de castración, y la adolescencia, cuando se resignifica ésta y se cuestionan las identificaciones edípicas.
Los primeros días en la escuela, lo extrafamiliar, las diferentes características sociales de los compañeros de clase, etc., confrontan al niño con las pérdidas y diferencias subyacentes.
Los educadores son soporte de intensas transferencias, con las facilitaciones y dificultades que esto conlleva, y están presentes siempre en el aprendizaje. El analista al menos conoce y puede instrumentar estos fenómenos transferenciales, temas que los educadores intuyen o saben por su propia historia personal. Muchos de ellos recomiendan una consulta cuando perciben problemas emocionales que repercuten en el área intelectual.
Pero también hay educadores o psicólogos que no están de acuerdo y piensan que son dificultades específicas y particulares de un área de la conducta. Para ellos, lo cognitivo y lo afectivo van por caminos independientes.
Es importante diferenciar en este punto un abordaje terapéutico donde hay un sujeto tranquilamente unificado, aséptico, autónomo en sus funciones y dueño de si mismo. La reeducación es utilizada para que no desnude los conflictos subyacentes y cuestione la relación de los padres con sus hijos.
Cuando un niño o joven nos dice “no me entero”, “es más fuerte que yo” o “estos suspensos no son por mi culpa”, nos está hablando de él como sujeto del psicoanálisis que está subordinado a otras escenas, las del inconsciente. Está fisurado, dividido, es portador de un saber pero aun no se ha apropiado del mismo para que advenga como conocimiento (Anny Cordie).
Etimológicamente inteligencia viene del latín “legere” (elegir). Lacan agrega “interlegere” (leer entre líneas).
El ser humano aprende a través del otro a establecer lazos, relaciones o asociaciones entre lo que escucha, toca, huele y come. La función materna intenta ayudarlo para que vincule elementos caóticos y dispersos y les otorgue cierta significación que aclare estas tinieblas. Una representación mental llama a otra y a otra, pero luego es necesario clasificar los datos, elegir y organizar a través de analogías y diferencias. Los significantes no elegidos no mueren, duermen bajo la represión a la espera de intervenir cuando las condiciones nuevas lo requieran.
Desde el nacimiento, debemos apropiarnos de un cuerpo y palabras que nos son dadas pero que aún no nos pertenecen. Es necesaria una nueva acción psíquica para transformarnos en conquistadores activos de esta riqueza interior.
A pesar de su indefinción e incapacidad motriz el niño debe “ex-sistir”, desprenderse del otro que lo atrapa en su deseo. Aprender es entonces tolerar ese lugar “ex” y desde esta carencia, preguntarnos sobre la vida y la muerte, significar aunque sea mascaradamente lo real que nos rodea.
Freud relacionó la pasión de saber e investigar con la pulsión de vida. Y ese afán de no saber presente en tantos hombres, de desconocer, de no “ex-sistir” y buscar compulsivamente el derrumbamiento del ser, es una de las tramposas manifestaciones de la pulsión de muerte. Acompañemos pues a nuestros analizantes cualquiera que sea su edad, a perder el miedo a saber y a recrear nuevos objetos, que aunque imaginarios, permiten los desplazamientos sustitutivos del primer deseo.

1 comentario:

pelu dijo...

Muy bien hecho. Gracias

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