jueves, 18 de febrero de 2010

El Fracaso Escolar... ¿a quién culpar?


El fracaso del alumno es, en realidad, el fracaso del sistema. Pero no sólo eso, sino de las instituciones sociales. La dialéctica actual entre el discurso capitalista y el científico hace caer al Otro, aquel que representa la autoridad, por lo que se pierden los referentes y los ideales. El hedonismo pasa a tener un lugar central y el lazo entre la subjetividad de los niños y el saber se esfuma. El síntoma es constitutivo. No se trata de anularlo, sino de hacer un buen uso de él.


Para abordar el quién del fracaso, podemos valernos de las respuestas espontáneas del discurso corriente. Se dice que fracasa el sistema educativo y, por consiguiente, sus instituciones. Y esta respuesta, que es generalizada pero no falsa, nos remite a las incidencias -en la subjetividad actual- del cruce del discurso capitalista con el científico, lo que ha producido una transformación del Otro cultural del lazo social.

Porque es evidente que ya no estamos en la época de la creencia en el Otro, sino de su inexistencia. Y esa caída del Otro, que antiguamente representaba la autoridad y el supuesto saber sobre las cuestiones de la vida, se conecta al debilitamiento de la función paterna de la familia tradicional.
Es decir que este nuevo semblante del padre puso en escena una figura cómica, en la medida que transmutó su lugar de amo a esclavo de sus deberes para con su familia: traer el sustento a la casa que nunca alcanza, ocuparse de la crianza, la educación de sus hijos y la atención del hogar en situaciones donde la madre abandonó al grupo familiar, o ella se convirtió en su único sostén económico al quedar el padre excluido del mercado laboral.
También se observa este eclipsamiento de la figura paterna en la disolución de la comunidad de la familia agrandada, la que en civilizaciones anteriores reunía a dos o tres generaciones en un mismo hogar.
De allí que los educadores se encuentran exigidos para cambiar sus ficciones o normas educativas, en tanto las viejas ya no les sirven porque no se ajustan a las problemáticas actuales de los niños.
Hay que decir que también por la incidencia misma del psicoanálisis en la cultura las ficciones sobre el niño han cambiado: de ser objeto del amor de sus padres -lugar que le fue otorgado por el discurso religioso-, a un sujeto deseante y responsable de sus actos.
Por otro lado, las formas jurídicas que nos damos en esta época son consecuencia de la mutación del Otro cultural que ya no prohíbe, sino que reconoce el derecho al goce.
Por ello, la clínica psicoanalítica nos confronta actualmente con sujetos que se sienten culpables por no gozar lo suficiente, o no pueden parar de gozar del mismo sufrimiento.
Fundamentalmente, los practicantes del psicoanálisis recibimos sujetos que, ahogados por un malestar, no quieren saber nada sobre lo que les pasa ni responsabilizarse por ello, que es lo mismo que decir que hoy día se nos evaporó el sentimiento de la vergüenza.
Resultan, así, paradigmáticos estos malestares que padecen los niños escolarizados y los adolescentes que se lo pasan peloteando de una carrera a otra, desorientados en su búsqueda, en tanto no hay en la actualidad ideales identificatorios o significantes Amos que colectivicen, sino etiquetas pret à porter que taponan la subjetividad: ser exitoso, productivo, eficiente, etc.
Graciela Giraldi*
* Psicoanalista, miembro de la Escuela de la orientación lacaniana y de la Asociación mundial de psicoanálisis.
E-mail: gragiraldi@infovia.com.ar





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